Por: Jonathan Ott
La defunción simbólica de la Edad de los enteógenos en la Antigüedad se produjo a
finales del siglo IV de nuestra era, cuando, al arrasar el santuario de Eleusis, los godos
pusieron punto final a una religión cuyos misterios, que tenían dos mil años de
antigüedad, estaban organizados en torno a un rito anual en el que los iniciados o
mýstai ingerían el kykeón, una poción enteogénica que les transformaba en epóptai,
aquellos que habían visto tá hierá, «lo sagrado». Corno comenta el arqueólogo G.E.
Mylonas sobre Eleusis:
Después de que las hordas de Alarico derribaran en el 395 d.c. las murallas del
Santuario, estas quedaron reducidas a ruinas para siempre. El Emperador era hora un
cristiano que había decretado medidas severas contra los cultos mistéricos [...] Una
nueva religión controlaba las mentes y actos de los hombres. Los viejos ritos paganos
debían acabarse y sus templos debían ser sepultados en sus propios escombros. Así
se dijo, y así se hizo.
Este episodio concreto de la historia humana es un símbolo extraordinario de la
muerte de la religión antigua y del nacimiento de la Inquisición Farmacrática. Pese a
que el culto con enteógenos pervivió en la Antigüedad durante tal vez otro milenio, el
fin de los misterios eleusinos había sido su golpe de gracia. La animosidad cristiana
hacia los mismos es fácil de explicar puesto que los cristianos promulgaban una
religión en la que su misterio esencial, el propio sacramento, brillaba por su ausencia más tarde transformado mágicamente por los brillos y galas de la doctrina de la
transubstanciación en un engañoso símbolo, una sustancia intrínseca, un enteógeno
placebo -, para cualquiera que hubiera conocido el milagro del éxtasis, que hubiera
tenido acceso a experiencias religiosas personales, la impostura iba a resultar
demasiado evidente. Por consiguiente, se hacía necesario un ataque premeditado al
uso de sustancias de ebriedad, convirtiendo en suprema herejía la presunción de tener
una experiencia directa de lo divino que no fuese mediada por la cada vez más
corrupta y politizada casta sacerdotal. La Inquisición farmacrática era la respuesta de
la Iglesia Católica al hecho comprometedor de haber expulsado toda la religión de la
religión y haber dejado en su lugar una cáscara vacía y huera sin valor intrínseco ni
atractivo para los seres humanos, que sólo podía mantenerse por la intimidación, el
tráfico de culpa y el empleo de la fuerza bruta.
Al tiempo que el mundo estaba a punto de sufrir una increíble profusión de pogroms e
inquisiciones organizadas y espontáneas a lo largo de los mil años siguientes,
justamente llamados Edad del Oscurantismo, -dirigidas en algunos casos contra los
vestigios de la filosofía pagana precristiana, y, en otros, contra credos rivales como el
judaísmo, el maniqueísmo, el Islam, o contra los primeros indicios de racionalismo y
ciencia-, siguió ejerciéndose una permanente y redoblada presión sobre los
seguidores de las religiones extáticas y sobre los practicantes de los cultos
tradicionales. De este modo, adivinadores, sanadores y parteras, exponentes de las
artes chamánicas, fueron enviados a la hoguera junto con judíos, maniqueos,
musulmanes, alquimistas, disidentes políticos y epilépticos (u otros cuya conducta
inspirase miedo), criminales, brujas, rivales en los negocios y cualesquiera cuya
desgracia pudiera servir de chivo expiatorio para los problemas del momento. El jardín
embrujado fue sepultado por una fuerza maligna que concebía a los seres humanos como carneros y utilizaba sus cuerpos para alimentar las hogueras de los rituales
purificadores. En los albores del siglo XVI Europa había sido sometida, el éxtasis
chamánico virtualmente extirpado de la memoria de los supervivientes, y la
farmacopea chamánica casi olvidada del todo.
Sin embargo, la Edad de los enteógenos estaba aún viva en la Modernidad y los
navegantes europeos tuvieron que enfrentarse de repente con su propia herencia
pagana, con pueblos que tenían una experiencia directa de lo sagrado a través de la
mediación, no de sacerdotes ignorantes, sino de un asombroso repertorio de plantas
enteógenas, «maestras naturales», que fumaban, esnifaban, ingerían y tomaban hasta
en lavativas. En todo ello los eclesiásticos velan con desagrado una preocupante
parodia diabólica de su estimada «Santa Comunión», pero no cayeron en la cuenta de
que era más bien su propio placebo sacramental lo que era una parodia claramente
profana de la comunión que desde tiempos inmemoriales los hombres habían
mantenido con las sagradas «maestras naturales». Podríamos datar el principio de
la Inquisición farmacrática en la Edad Moderna en 1521, cuando Hernán Cortés, al
mando de una patulea de forajidos conquistadores, establece su dominio sobre los
aztecas, consumados virtuosos de las artes y las ciencias enteogénicas. Sin embargo,
como consecuencia de este cataclismo histórico, al igual que sucede en el concepto
chino de yin-yang la semilla de la Reforma enteogénica quedó en barbecho espiritual.
El 19 de junio de 1620, en la ciudad de México, la Inquisición decretó formalmente que
el uso de plantas de ebriedad era herético, declarando de un modo no poco preciso
que:
El uso de la planta o raíz llamada «peyote» [...] es una actividad supersticiosa y
reprobable por atentar contra la pureza y sinceridad de nuestra fe católica. Por
consiguiente, declaramos que nadie podrá usar dicha planta llamada peyote, ni
ninguna otra de iguales o parecidos efectos [...] advirtiéndosele, que en caso de obrar
en contrario, además de incurrir en los delitos v faltas mencionados, podrá ser
perseguido y procesado por rebelión o desobediencia o por poner en entredicho la
santidad de la fe católica.
Testimonia la sinceridad e integridad de los indios mesoamericanos el hecho de que
continuarán su comunión con las alimentos sagrados tradicionales, desafiando así el
decreto anterior y arriesgándose a ser objeto de torturas y de espantosas ejecuciones.
Durante los siguientes 265 años se incoaron por parte de la inquisición 90 autos de fe
por uso del péyotl numerosos autos de fe por uso del teonancatl, el hongo sagrado, y
el ololiuhqui, las semillas enteogénicas de la trepadora que, aún más que el péyotl o el
teonanácatl, se atrajeron la hostilidad de inquisidores como Hernando Ruiz de Alarcón
o Jacinto de la Serna. La Inquisición acabaría perdiendo fuerza y fracasando en su
propósito de acabar con el uso de las plantas sacramentales en México, pero
consiguió que fuese relegado a las catacumbas.
Sin embargo, los misioneros
protestantes continuaron la Inquisición farmacrática con inquebrantable celo. Al igual
que sus predecesores católicos, ignoraban alegremente la ironía que se ocultaba tras
el rito oficial, pues, tal como ha subrayado un misionero, «la participación en el rito del
hongo divino suponía problemas potenciales respecto al concepto cristiano de la
Última Cena». Y eso es decir poco…
La prohibición contemporánea de drogas enteogénicas y psicoactivas comienza el 1
de marzo de 1915, cuando entró en vigor el HR6282 o Ley Harrison sobre Narcóticos
que el Congreso americano aprobó el 14 de diciembre de 1914 y el presidente Wilson
firmó tres días más tarde. Aunque tuvo que alterarse incluso la Constitución para
prohibir el alcohol, en 1919 el Tribunal Supremo americano apeló a esta ley federal para prohibir los «narcóticos» y reclamar amplios poderes policiales a nivel federal en
materia de «drogas peligrosas».
La idea ha conseguido incorporarse a la tradición
americana, que ha exportado su cruzada antidroga a todo el mundo, y la normativa
actualmente en vigor, como la Ley Nacional 91-513 o el Plan General de Prevención y
Control del Uso Indebido de Drogas, proporciona el marco legislativo para una fácil
prohibición de cualquier sustancia que el gobierno desee añadir a sus “proyectos”.
Hasta tal punto esto es así que el control gubernamental defendido por la Iey Nacional
99-570, la Ley de Control de Sustancias Análogas, de 1986, penetra audazmente en
áreas de la investigación que jamás habría soñado fiscalizar ninguna dictadura
nacional-socialista, comunista de cualquier otro signo, pues declara presumiblemente
ilegal «cualquier investigación realizada con drogas», a no ser que sea aprobada
explícitamente por el Gobierno federal. La situación ha degenerado hasta tal punto que
el último juez federal, J.G. Burciaga, en su Fallo en contra del Gobierno de los Estados
Unidos durante un caso penal relativo a la legislación sobre drogas, declaró:
El ya maltratado derecho a no ser objeto de registros injustificados, sancionado por la
Cuarta Enmienda, el hoy día precario derecho contra la privación de libertad o la
confesión de culpabilidad sin el debido proceso, que consagra la Quinta Enmienda,
han sido atropellados durante el curso de esta ‘guerra contra las drogas”. Hoy la
‘guerra’ coloca en su punto de mira a uno de nuestros derechos fundamentales más
básicos: el derecho, consagrado en la Primera Enmienda de la Constitución, a
profesar la propia religión.
.
Pese a que el origen de la avalancha legislativa antidroga en Estados Unidos estaba
relacionado con una cuestión de luchas imperialistas por el dominio mundial, sin
mencionar otras motivaciones económicas y racistas, su triunfo coincide con la
corriente de celo reformista que proclamaban las minorías religiosas fundamentalistas
intolerantes. No obstante, como ha observado sagazmente Justice Burciaga, la
prohibición contemporánea sobre drogas, camuflada bajo el rótulo de «Leyes que
regulan la Salud Pública» referidas a «delitos contra la Salud Pública», no es sino la
expresión moderna de la milenaria Inquisición farmacrática bajo un disfraz de
ambages seculares.
No debemos perder de vista el hecho de que, al igual que el decreto de la Inquisición
española en México en 1620, la legislación contemporánea sobre drogas, al margen
de cuál sea su justificación, tiene el efecto inexorable de prohibir la religión extática y
experiencial al mismo tiempo que promueve simulacros de religión desprovista de
sustancia y sacralidad. Es evidente que el Estado civil americano se encuentra
cómodo con una pseudo-religión puramente simbólica y cristiana, y se siente
justamente amenazado por una religión extática que enjuicie sus propios principios y
motivaciones, así como los de sus Iglesias y Gobiernos: la diferencia está en elegir
entre la promesa de obediencia ciega o el escepticismo razonado y la desconfianza
eternas ante la autoridad.
La Inquisición Farmacrática no sólo está viva y bien instalada en el umbral del nuevo
milenio, sino que ha sido entronizada por las leyes civiles de uno de los Estados de
derecho por excelencia, cuya Constitución respeta la libertad individual, y se está
utilizando como pretexto, no simplemente para atacar las religiones extáticas, sino
para atacar la investigación científica y a los mismos principios fundamentales de la
Constitución, destruyendo la libertad religiosa y científica y las garantías judiciales que
protegen a los ciudadanos de la arrogancia y tiranía del Gobierno.
Fragmento del libro Jonathan Ott The Age of Entheogens and the Angels’ Dictionary,
Natural Products, Co, Kennewick, WA, 1995.
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LA INQUISICIÓN FARMACRÁTICA
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