lunes, 4 de agosto de 2014

LOS ALUCINÓGENOS Y EL MUNDO HABITUAL

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 La pretensión de explicar los monumentales cambios que en la conciencia provocan las llamadas drogas alucinógenas1 está condenada al fracaso por anticipado. A pesar de que algunos de estos compuestos son conocidos dessde finales del siglo pasado, apenas han merecido atención sino de unos pocos psiquiatras hasta estos últimos años. A pesar de ello, es quizá necesario aventurar algunas consideraciones que permitan -aun cuando sea de modo provisional y hasta forzado- incrustar los extraordinarios efectos psíquicos provocados por los alucinógenos en la problemática más amplia de las ciencias de la cultura y, especialmente, del pensar filosófico. El extraordinario impacto que el LSD ha producido en Estados Unidos y la absoluta insuficiencia de información sobre esta droga en nuestro país así lo justifican.



 


I


Uno de los mejores documentos sobre el tema es sin duda el famoso libro de Aldous Huxley2, tanto por la indiscutible erudición de su autor como por su decisiva influencia en el aura intelectual que rodea hoy esta droga.


A la media hora de ingerir mescalina, Huxley fijó voluntariamente su atención en un florero. El alucinógeno comenzaba a producir sus efectos: «… no miraba ya la original disposición de las flores. Veía lo que Adán vio en la mañana de su creación: el milagro, momento a momento, de la existencia desnuda…. Mi espíritu no percibía el mundo en categorías espaciales. Lugar y distancia dejaron de tener interés. La mente captaba la realidad en términos de intensidad de existencia, profundidad de significación, relaciones con respecto a una norma…. El espíritu se ocupaba primariamente, no con medidas y posiciones, sino con el ser y el sentido…. Junto a la indiferencia hacia el espacio, una aún más completa indiferencia hacia el tiempo…. Mesa, silla y escritorio se reunieron en una composición que parecía algo de Braque o Juan Gris. Todo brillaba con luz interior y era infinito en su significado.»


La revolucionaria experiencia de la naturaleza que la droga provoca se debe en gran parte al fabuloso, indescriptible incremento de la percepción del color. El sujeto sometido a la acción de la mescalina queda literalmente prendado de su capacidad de visión. Huxley contempla con asombro durante largo tiempo un pliegue de su pantalón gris, disfrutando sus «innumerables y delicadas tonalidades, profunda y misteriosamente suntuosas». Momentos después, en el jardín de su casa, el escritor siente el anuncio de un pánico posible: «De repente noté que la experiencia iba demasiado lejos. Demasiado lejos, aunque el camino conducía hacia una belleza más intensa, hacia una significación más profunda. El horror era de ser arrollado, de desintegrarme bajo una presión de realidad superior a la que un espíritu, acostumbrado a vivir en un confortable mundo de símbolos, puede soportar. ¡Cualquier cosa antes que el abrasador brillo de la realidad no mitigada, cualquier cosa!».


Para Huxley, como para gran número de psiquiatras, el delirio esquizofrénico es precisamente este encontrarse sin barreras ante el ente desnudo, sin refugio en el universo doméstico del sentido común, de las nociones útiles, los símbolos compartidos y las convenciones sociales. Solo ahora adquiere sentido la definición que en 1929 dio Berze de la esquizofrenia como «gran experiencia de la naturaleza». Sin embargo, no todo el que toma mescalina o LSD se encuentra en el horror de la indefensión ante la “realidad inmitigada”, en la situación del esquizofrénico; por el contrario, la mayoría de los que experimentan con estas drogas acceden solo a la parte “celestial” de la esquizofrenia. El alucinógeno trae el infierno y el purgatorio solo a aquellos que sufren depresiones periódicas o estados de ansiedad crónica. Por eso Huxley se atreve a terminar su libro aconsejando la droga «a cualquiera y, especialmente, al intelectual», como medio de destruir el mundo del autoconvencimiento, de la vanidad, de las palabras supervaloradas y de las ideas idolátricamente veneradas3.


 


II


Para mejor planteamiento de la base ejemplificadora puede citarse otra experiencia, esta vez con ácido lisérgico, de un postgraduado de la Universidad de Yale. «Estaba tumbado en el suelo, mirando hacia el cielo -dice-, y podía ver las hojas de la planta y la savia que fluía en su interior…. Pensé que la planta era muy amistosa y estaba muy, muy próximamente relacionada conmigo en cuanto organismo vivo. Por un tiempo me convertí en planta y sentí que mi columna vertebral crecía entre los ladrillos y echaba raíces…»4. Los ejemplos podrían repetirse indefinidamente, pero estos dos citados sobran como prólogo de las consideraciones generales que han de seguir.


La experiencia de Huxley habla del encuentro con la «existencia desnuda» como relación directa con la cosa sin la mediación del símbolo. La del postgraduado de Yale implicaba eso y aún algo más: la anulación de la dualidad sujeto-objeto y un asombroso parecido con la filosofía zen, para la cual el único método de conocimiento y vida consiste en «penetrar directamente en el objeto mismo y verlo desde dentro…, porque conocer la flor es convertirse en la flor»5. No entra dentro de las posibilidades de la ciencia actual descubrir por qué la ingestión de ciertos compuestos provoca estados y visiones casi exactos a los descritos, por ejemplo, por la mística occidental -Jacobo Boehme, William Law o Juan de la Cruz-, la literatura zen o el Libro Tibetano de los Muertos, ni tampoco determinar la relación entre la afectividad y el quimismo cerebral con mínima exactitud. Sin embargo, permanece como enigma inquietante que un hongo como el psilocybin o un ácido como el lisérgico puedan no solo llegar a proporcionar los medios para la comprensión de fenómenos como la mística o la demencia precoz, sino a provocarlos. Algunos neurólogos aventuran ya hipótesis sobre el fundamento bioquímico de los cambios de la organización psíquica bajo los efectos de los alucinógenos; se habla de la similitud de composición química entre la mescalina y el adrenochrome, producto de la descomposición de la adrenalina, de igual semejanza entre el LSD y la serotonina, sustancia que colabora en la transmisión de impulsos entre las células nerviosas, e incluso el propio Huxley pretende derivar de una insuficiente provisión de glucosa una debilitación de las defensas biológicas del Yo que permite la multiplicación de la conciencia.


En cualquier caso, este es un tema que correspondería al químico o al biólogo y que a menudo encubre el más importante de saber hasta qué punto hay un más allá o un más acá de los modos perceptivos. En unos casos el que ingiere el alucinógeno descubre una especie de universo de cosas en sí, infinitas de belleza y significado, que amenazan destruir al individuo «bajo una presión de realidad superior a la que este puede soportar», como dice Huxley. En otros, por el contrario, se trata de una verdadera experiencia mística en la que se supera la dualidad sujeto-objeto y se contemplan todas las cosas como emanaciones de un Yo que ha reconquistado toda exterioridad o alteridad. En cualquier caso, la concreta organización sensorial del hombre despierto se ve trastornada, como ya señaló Baudelaire hace más de un siglo6, «por la universalidad de los entes que se levanta con una gloria nueva e insospechada».


 


III


La intuición del poeta ha llegado a veces a plantear el interrogante con claridad inigualable. William Blake dijo: «si el polvo que cubre las puertas de la percepción se retirase / cada cosa aparecería al hombre como es, infinita.»


En el mismo sentido comienza Rilke su famosa «Octava Elegía de Duino»:


Con plenos ojos ve la criatura

lo abierto. Nuestros ojos están vueltos

adentro, alrededor de la salida

abierta, colocados como trampas.

Sabemos lo de fuera solamente

por el rostro del animal. Ya al niño

le torcemos, obligando a que vea

hacia atrás lo formado, no lo abierto…»


Con gran sencillez profundiza Ernst Cassirer en este tema al afirmar que «el hombre ya no puede enfrentarse con la realidad directamente» porque vive en un universo simbólico, del cual son partes el lenguaje, el mito, el arte y la religión, y «la realidad física parece retroceder a medida que avanza la actividad simbólica del hombre». Para el filósofo ginebrino, en lugar de tratar con las cosas mismas el hombre está «conversando constantemente consigo mismo»7 y se ha envuelto de tal modo en formas lingüísticas, en imágenes artísticas, en símbolos míticos o en ritos religiosos, que nada puede ver o conocer si no es por la interposición de este medio artificial. Y estás consideraciones no deben limitarse a la esfera teórica ya que «tampoco en la esfera práctica vive el hombre en un mundo de hechos brutos o de acuerdo con sus necesidades o deseos inmediatos, sino más bien en la niebla de emociones y desilusiones, en sus fantasías y sueños»8. Se invierten así los términos, y las percepciones de la vida despierta y convencional se consideran alucinaciones o fantasías que solo implican al sujeto si caben dentro de las estructuras de simbolización establecidas.


Aunque resulta quizá prematuro, podría insinuarse que el alucinógeno desmonta lo que Cassirer llama «complicada trama de símbolos» y muestra la Naturaleza sin mediación alguna. Ello supondría adherirse a la crítica escéptica del lenguaje, que, desde la sofística, señala que la palabra es un mero signo interpuesto entre los hombres y la realidad, que esconde todo lo que nos enseña. Y, en realidad, esta es la actitud de todo el que experimenta con alucinógenos, empezando por el mismo Huxley. Pero antes de finalizar este epígrafe conviene hacer algunas consideraciones sobre el lenguaje.


«Una tendencia a organizar el campo sensorial en moldes, a percibir formas más que un flujo de impresiones luminosas, parece ser inherente a nuestro aparato receptor«, dice S.K. Langer9. «La capacidad para considerar todo lo relativo al dato percibido como no pertinente, salvo cierta forma que encarna -continúa- surge en un proceso inconsciente y espontáneo de abstracción que constantemente se produce en la mente humana». Sin embargo, quizá no es exactamente «inherente» al aparato receptor la estructuración en moldes del campo sensorial, sino más bien derivada de una actitud «categorial»10 que acompaña a la posesión plena del lenguaje. El lenguaje es el más importante instrumento para la constitución de un mundo de objetos; la unicidad del hombre sirve de punto de cristalización para la multiplicidad de representaciones, ya que los fenómenos, heterogéneos en sí mismos, se hacen homogéneos y semejantes por su relación con un centro común. Sin el lenguaje como instrumento de designación objetal, todas las totalidades que cada concepto representa se desintegran. El término trueno, por ejemplo, unifica no ya una multitud de estímulos auditivos, sino una serie de fenómenos como tormenta, nubes, gran ruido que el eco prolonga, etc. que, a su vez, son susceptibles de desestructuración ilimitada. La tormenta, las nubes, el ruido del trueno, son fenómenos «físicos», exteriores, solo para la mentalidad del hombre de la calle; en realidad, son prototipos de fenómenos pasíquicos, de sensaciones o de percepciones. En sentido estricto, los únicos fenómenos físicos que hoy conocemos son las ondas luminosas y sonoras y el universo de átomos y las partículas infinitamente pequeñas que lo componen, precisamente aquellos que jamás captamos a través de los sentidos.


Si el concepto deja de ser el único modo de aprehensión de lo exterior al Yo, si el hombre no limita su campo perceptivo a los «moldes» o formas, y recoge de algún otro modo la multitud de datos que podría captar sensorialmente, la abstractiva o categorial -que, como antes dijimos, esconde todo lo que muestra- puede transformarse en contemplativa, y la productividad exterior (lo que Cassirer llama «apropiación intelectual del mundo por el lenguaje») en interior (intelección del mundo).


Por un proceso que arranca en tiempos absolutamente imprecisables, la especie humana parece haber necesitado prescindir de toda verdadera curiosidad por las cosas mismas, para poder clasificarlas y manipularlas. Para poder controlar la Naturaleza ha necesitado renunciar a la posibilidad de «sentirla» directamente alguna vez y condenarse al diálogo consigo mismo, a no tener nunca «el puro espacio por delante, en que las flores se abren interminables»11, a percibir solo una apariencia de los verdaderos entes y las verdaderas voliciones. A este respecto es infinitamente rico el pensamiento platónico, pero imposible de reseñar siquiera sea brevemente; no deja de ser extraño que ninguno de los individuos que han experimentado con LSD o mescalina hayan utilizado el mito de la caverna como alegoría expresiva de extraordinaria fuerza.


Para el que experimenta con alucinógenos, como para el místico o el esquizofrénico, la palabra solo «cubr»e con una pobre etiqueta semántica una multiplicidad de ignorados sentidos. Bajo los efectos de la mescalina o el LSD, las cosas dejan de ser tales cosas en el modo de «instrumentos» o «útiles», se resisten a toda conceptualización que inhiba su profundo significado inmanente. La cuantificación y formalización de la Naturaleza, proceso que algunos pensadores consideran originado en la lógica silogística de Aristóteles y en el desarrollo del álgebra, queda súbitamente detenida cuando el objeto deja de ser un puro dato con el que se especula abstractamente. El silogismo, que disuelve la sustancia en un complejo de relaciones de unos términos puros -por ejemplo, el juicio «los perros son animales» se puede inmediatamente traducir por el de A es B, ya que, como dice Aristóteles, el «término» (hóros) silogístico está «tan vacío de significado que una letra del alfabeto es un sustitutivo plenamente equivalente»- es inconcebible para el que realmente «ve» a los perros. Cuando, en frase de Blake, las «cosas se presentan al hombre como son, infinitas», se muestran irreductibles a su conversión en simples constantes de las relaciones de pensamiento. Los objetos creados por el lenguaje de siluyen en estructuras inusitadas -Huxley vio que «silla, mesa y escritorio se reunieron en una composición que parecía de Braque o Juan Gris»- y se salva el abismo entre el pensamiento y lo pensado -como en el caso del postgraduado de Yale en relación con la planta.


 


IV


Estas consideraciones probablemente se aclaran si recurrimos a la perspectiva de la psicología gestaltista. La tesis del isomorfismo psicofísico -la semejanza entre la experiencia sensorial y los procesos fisiológicos que la acompañan- no solo no choca con lo establecido por Cassirer, sino que ayuda a establecerlo desde otro punto de vista: los estados del sistema nervioso determinan la experiencia sensorial, y esta, a su vez, determina los procesos fisiológicos. Si uno cualquiera de los polos queda alterado provoca automáticamente la alteración del otro. Un cambio fisiológico en el sistema nervioso -y los alucinógenos parecen acarrearlo- llevaría aparejado otro en la experiencia sensorial. Pero tal modificación de la experiencia sensorial significa forzosamente nuevos modos de percepción y comportamiento.


Tradicionalmente se ha conferido un valor absoluto a la organización sensorial del hombre común: ahora la tesis que toda la enorma obra de Cassirer repite machaconamente, la de que el hombre está alejado de la realidad por un universo de símbolos, se ve fortalecida por el descubrimiento de unas drogas que, al menos en apariencia, parecen poder levantar esta mediación oscurecedora y cómoda y mostrar la «existencia desnuda». Ello supondría la posibilidad de otras organizaciones sensoriales diferentes, con mayor o menor utilidad para el hombre considerado como especie que se afana en la conservación, pero con incalculables horizontes de conciencia y conducta.


Köhler, uno de los grandes maestros de la psicología de la Gestalt, destacó que nuestra organización del campo visual se derivaba primariamente de las ondas luminosas, «único medio de comunicación entre los objetos físicos que nos rodean y nuestros ojos»12. Pero la luz reflejada no conserva huella alguna de las unidades que existen para nosotros en el mundo físico. El valor biológico de la organización del campo visual radica precisamente en constituir totalidades y grupos de miembros separados, a partir de una estimulación de la retina que, por sí sola, sería «incapaz de segregar unidades o grupos específicos»13. Lo que la LSD parece poner de manifiesto es el error de confundir la organización sensorial -y, por tanto, la organización del campo visual- con la organización «natural», con la realidad misma. Köhler reconoce esto cuando admite que «es exacto que la organización forma a menudo unidades continuas y grupos de miembros separados allí donde no existe ninguna unidad física que les corresponda», pero añade que «este inconveniente es poco importante» habida cuenta de que en «un campo sensorial compuesto de partículas sensoriales mutuamente independientes, el hombre sólo con grandes dificultades podría orientarse»14.


Estas ideas reenvían parcialmente a las observaciones de Bergson sobre la función eliminativa y no productiva del sistema nervioso15. Para el filósofo francés, la función del sistema nervioso consiste en proteger al individuo para que no se vea abrumado y confundido por una masa de conocimientos en gran parte inútiles e irrelevantes para las necesidades de supervivencia. Implica esto que el problema no ha sido para el hombre captar todos los estímulos, sino más bien poder estructurarlos en totalidades simbólicamente significativas. En tal medida, hay por lo menos dos organizaciones sensoriales posibles: aquella que se encuentra «cara a cara» con el mundo y lo contempla directamente, sin interponer signo alguno entre la cosa y el sujeto, y la interesada más bien en el establecimiento de un universo útil, clasificable, «formado» ya y no abierto, donde las cosas-mismas y el Yo hubieran convenido la mediación de un símbolo16 para esquematizar la conciencia y simplificar el comportamiento. Los alucinógenos provocarían entonces una posibilidad de percepción y conducta no artificial, ni delirante o frenética, ni siquiera pasajera, sino filogenéticamente prohibida. En su eterna lucha por la conquista de la Naturaleza, el hombre habría escogido un sistema sensorial específico de la «voluntad de dominio», pero no el único posible.


Los efectos de la LSD, la mescalina y los demás compuestos que se les asemejan pueden también explicarse con el concepto freudiano de «regresión». La experiencia alucinatoria recorre un camino similar al del sueño, donde la excitación no avanza, como en la vida despierta, hacia el extremo motor del aparato psíquico, sino que «se propaga hacia el extremo sensible y acaba por llegar al sistema de percepciones».17. Freud aclara que la regresión no es privativa de los sueños; por otra parte, «ya que el recordar voluntario, la reflexión y otros procesos parciales de nuestro pensamiento normal corresponden a un retroceso dentro del aparato psíquico, desde cualquier acto complejo de representación al material bruto de las huellas mnémicas en las que se halla basado». La regresión contrasta notablemente con la conducta habitual del individuo, porque en ella el deseo no provoca la motilidad, sino una alucinación: la imagen de la cosa deseada. La esquizofrenia se asemeja a la experiencia del LSD no solo por la cualidad misma de las alucinaciones, sino porque en ambos casos la excitación se resuelve regresivamente, transformando las ideas en imágenes y conservando el objeto deseado de este modo; este es también el mecanismo de las fantasías de hambre.


Según Freud, «nada nos impide aceptar un estado primitivo en el que el deseo termine en una alucinación…. Una amarga experiencia de la vida18 ha debido modificar esta actividad … (pues) el acto de pensar no es otra cosa que la sustitución del deseo alucinatorio»19. Si se entiende este «pensar» como debe entenderse, es decir, como la puesta en movimiento de las categorías abstractas que el lenguaje suministra, la frase de Freud podría formularse diciendo que «el concepto es la sustitución de la cosa misma» y enlazarse así las consideraciones anteriores sobre la íntima conexión del sistema sensorial humano normal con las necesidades de supervivencia y dominio de la Naturaleza antes expuestas.


 


V


En el universo simbólico en el que el hombre ha llegado a establecerse está todo «formado» ya, como diría Rilke. Pero también este hecho es susceptible de una explicación que trascienda la pura intuición literaria. Como señala Husserl, en el universo teórico y práctico no existen «objetos desconocidos, porque aun lo que llamamos desconocido tiene la forma estructural de lo conocido, la forma de objeto espacial, cultural, usual, etc.»20. En este universo, cada apercepción -en el sentido de interpretación de las asociaciones sensoriales o percepciones- de una cosa reenvía a una «creación primera» en la que esta se constituyó; pero este reenvío no se realiza ya por medio del razonamiento, sino en virtud de la analogía en sentido amplio: si no hemos visto antes la cosa misma, sabemos de otras análogas. Es más, en toda percepción existe, en términos husserlianos, un «horizonte» no dado inmediatamente, pero susceptible en todo momento de llenarse por actos de conocimiento; nuestro sentido visual nos permite solo ver una «cara» del objeto conocido, pero en esta percepción se incluye también la anticipación de la «otra cara». Así, Husserl puede decir que «cada elemento de nuestra experiencia cotidiana encubre una transposición por analogía del sentido objetivo originalmente creado sobre el nuevo caso, y contiene una anticipación del sentido de este último como el de un objeto análogo»21.


Sin embargo, la asociación -principio universal de la génesis pasiva del conocimienot- resulta radicalmente alterada en su mecanismo de «reenvíos» cuando, bajo el efecto del alucinógeno -al romperse las formas y desaparecer la mediacióndel símbolo- se constituye una realidad objetal en la que no existen todavía «creaciones primeras» y la transposición analógica solo puede funcionarex novo repecto a las existencias desnudas que la droga presenta. El «horizonte» de percepciones posibles se mantiene en principio inmodificado, pero el objeto ha cambiado de sentido y se encuentra en un nuevo campo de relaciones. La apercepción se convierte en «original» y el individuo encuentra paralizada su capacidad asociativa como consecuencia de la aparición de verdaderos objetos «desconocidos» aún en su sentido. La actitud del individuo se convierte de pasiva -asociación- en activa -identificación-, y de analógica o asimilante en directamente constitutiva del objeto.


Los efectos de algunos alucinógenos potentes se asemejan de manera asombrosa a un tipo distinto de organización sensorial que lleva aparejado el surgimiento de una realidad no mediada ni «formada» ya, a una ingenuidad ante el mundo similar a la del niño o el ciego que recupera la visión. Epicteto, citado por Cassirer, dijo que «lo que perturba y alarma al hombre no son las cosas, sino sus opiniones y figuraciones sobre las cosas», destacando con extraña lucidez la imposibilidad en que se encuentra el individuo para entrar en directa relación con el universo fñisico que le rodea. Una cosa parece evidente: la actitud activa del hombre, su «ir a las cosas mismas», solo se produce en la dimensión de lucha por la existencia, de trabajo. Ante el conocimiento, el sujeto solo puede, hoy, adoptar una actitud pasiva -la asociación analógica-, porque entre él y el mundo se levanta la complicada red simbólica, que sustituye la sustancia de las cosas por equivalentes lógicos, artísticos y religiosos. No hay retinas capaces de captar directamente los estímulos luminosos si no es en moldes prefijados. No hay individuo capaz de «escuchar el sonido de los colores»22, ni ver la savia corriendo dentro del tallo de la flor, pero quizá los que esto ven y oyen no perciben simples deformaciones; quizá lo artificial sea ver en la flor un motivo decorativo o un regalo frecuente. Es posible que la conciencia del hombre llegue, como dicen Huxley y el Libro Tibetano de los Muertos, a ser Espíritu Ilimitado; que los «horizontes» de cada percepción sean realmente infinitos, y que las verdaderas potencialidades del sujeto empiecen a desarrollarse.


Los griegos veían en toda cosa la presencia, la aparición, el fenómeno (la palabra «fenómeno» quiere decir en griego precisamente «aparición de algo»). Con Roma y el surgimiento del espíritu de la técnica, esta aparición fue considerándose cada vez más como una actividad de la representación humana. Como señala la crítica heideggeriana, el hombre finalmente se creyó autor, gracias a su representación, del mundo y de las cosas, el dispensador de cualidades y el ordenador de la armonía cósmica. Así, el mundo exterior se convirtió en una actividad humana, en el producto más subjetivo del pensamiento, culminando en el subjetivismo de la concepción de Descartes de la res cogitans, para la cual «solo el sujeto era indubitable en este mundo y, por consiguiente, la única realidad, como si fuese un hecho que solo lo indubitable es real»23. Cientos de años después, esta concepción sigue vigente en Husserl cuando define el ente como «formación de la subjetividad constituida precisamente por sus operaciones»24. En definitiva, la misma perspectiva epistemológica, la necesidad de distinguir lo verdadero de lo falso partiendo del método de razonamiento empleado, lo aparente y lo real, implica ya el reconocimiento de un universo simbólico que cierra el paso a lo directa, inmediata y abiertamente sentido o querido, admite la lejanía de la cosa. Como señala Heidegger, al considerar las cosas como sus objetos, el hombre sólo se ocupó en prepararlas para sus deseos, haciendo de sus pensamientos, de sus hechos y de sus gestos, piezas equivalentes e intercambiables25.


Se sigue de ello -habla Boss- que la cosa no se considera ya como una obra entera, perfecta y provista de un sentido, como la veían los griegos en el apogeo de su potencia espiritual cuando la denominaron ergon. Los romanos tradujeronergon por opus, traicionando así su incapacidad para representarse una cosa, sino a través de un objeto nacido de una operación penosa, de un esfuerzo. Laenergeia griega se vio reducida al concepto de energía, que solo significa fuerza y capacidad de trabajo. En definitiva, la restricción del pensamiento a una abstracción, a una condición supuesta de la realidad, apartando la mirada de las cosas, de su plenitud, conduce forzosamente a una pérdida de la realidad, a una desubstancialización del mundo.


En una línea similar, aunque deformada por el tono apocalíptico, Max Scheler escribe que «la razón es el resultado del acto fundamental de anulación de los órganos, acto negativo, semejante a la “negación de la voluntad de vivir” de Shopenhauer». Y aún más concretamente: «el mecanismo en que la sociedad humana va cada día enredándose más y acabará ahogándose en su propia civilización, que crece paso a paso más allá de la fuerza y de los límites de la voluntad y del espíritu humanos, y que se torna cada día más indócil, más sujeta a sus propias leyes.»26.


 


VI


El psiquiatra Osmond -el que administró a Huxley la primera dosis de mescalina- ha afirmado recientemente y en relación con el LSD, que toda época produce aquello que requiere. Si las consideraciones precedentes tienen algún sentido, es el de destacar la estrecha relación entre una existencia en lucha con la Naturaleza, como la del hombre, y su organización sensorial, apta para la reducción del mundo a esquemas de utilidad y finalidad. Es necesariamente inquietante que este grupo de drogas multiplicadoras de la conciencia aparezcan cuando la lucha del hombre por la subsistencia y la perpetuación está en ciertas partes del globo comenzando a verse superada. La mescalina, el psilocybin, o el LSD pulverizan la organización del campo perceptivo y, de paso, todo impulso al trabajo cotidiano y arduo; provocan un estado contemplativo que destruye toda voluntad de dominio respecto de las cosas y, consiguientemente, la marcha actual de la sociedad. Podría decirse que los alucinógenos violan abiertamente cada una de las reglas del principio de realidad, instaurando otro diferente, cuyas raíces aún están por investigar.


Pero es evidente que solo ahora, superada ya la primera mitad del siglo XX, cuando el fantasma del «tiempo libre» obsesiona a los poderes sociales y provoca una infección de propaganda y embrutecedores espectáculos de masas, cuando se ha manifestado «el absurdo de la pobreza» en un mundo hambriento27, es evidente que solo en estos últimos años ha descubierto la sociedad occidental los alucinógenos potentes. No es justo considerarlos con los aterrados ojos del hombre que nos ha precedido, porque el estado del planeta exige, quizá, más reflexión, más capacidad de «sentarse uno solo, tranquilamente, a pensar», como Pascal dijo, que otra cosa cualquiera.


 Plantas-Prehispanicas-Salvia Divinorum_Alucinogenos3


 


Antonio Escohotado
Madrid, 1967



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NOTAS


1- Caracterizadas por no producir adicción por progresiva incrementación de la tolerancia y por su disparidad de efectos y de composición química en relación con los estupefacientes clásicos. Los más conocidos son la cannabis-indica(haschich), la cannabis americana (mariguana), la mescalina, el psilocybin, el ibogaine y el ácido lisérgico dietil-amida (LSD).


2- Aldous Huxley. The Doors of Perception, Chatto and Windus, Londres.


3- La recomendación que hace Huxley de la droga es sumamente discutible. Este profesional de la erudición no recomienda la droga porque aclare y enriquezca la conciencia individual, sino más bien porque destruye la ingenua fe en las palabras y conceptos. Aparentemente, ambas cosas son complementarias, pero no en Huxley, para quien los hombres llevan vidas tan miserables que exigen la droga como consuelo. Hablar de la droga como consuelo o tomar partido por la tradicional lógica de dominación. Huxley llega incluso a pensar en la conveniencia de una «droga ideal de la sociedad», a la que, según él, se aproxima la mescalina solo parcialmente, ya que sus efectos duran demasiado tiempo y perturbarían los horarios sociales establecidos; lo óptimo sería, para Huxley, una droga de propiedades similares pero más breve, capaz de proporcionar en cuestión de minutos consuelo para largas horas de trabajo penoso. Los usos de la mescalina son muchos; pero ninguno tan represivo, tan desesperanzado, tan amargo, como un sistema organizado de narcóticos repartidos a horas fijadas de antemano. El lector puede verse inclinado a sospechar que su famoso Mundo Feliz era una crítica solo en lo superficial, que, en el fondo, Huxley es sobre todo puritano, como algún crítico ha dicho.


4- Información aparecida en uno de los números de junio de la revistaNewsweek de 1966.


5- D.T. Suzuki y E. Fromm: Budismo Zen y Psicoanálisis, Fondo de Cultura, México, 1964, pág. 20.


6- Charles Baudelaire: Les Paradis Artificiels, Livres de Poche Ed., 1964.


7- Frase que, sin duda, tiene su origen en otra de Platón: el pensamiento es un diálogo del alma consigo misma.


8- Ernst Cassirer: Antropología Filosófica, Fondo de Cultura, México, pág. 47 y ss.


9- S.K. Langer: Philosophy in a New Key, American Library of World Literature, Nueva York, págs. 83, 84.


10- Es un término acuñado por Goldstein. Ver La naturaleza humana a la luz de la psicopatología y su ensayo sobre afasia en Psicología del lenguaje, ambos libros editados por Paidós, Buenos Aires.


11- Rilke: Octava elegía de Duino, versos 14 y 15, traducción J.M.Valverde, Agora, Madrid.


12- W. Köhler: Psychologie de la Forme, coll. Idées, Gallimard, París, 1964.


13- Köhler, ob. cit., pág. 162.


14- Köhler, ob. cit., págs. 163, 164.


15- Tomado del libro de Huxley, ya citado. Es curioso que la misma teoría de la función limitativa del sistema nervioso haya sido formulada por Freud, para el cual el «principio del placer» (al servicio de los instintos de muerte) tiende a conseguir la perfecta ausencia de excitaciones exteriores e interiores.


16- La palabra «símbolo» significa precisamente «testimonio de convenio», en griego.


17- S. Freud: Obras Completas, Biblioteca Nueva, Tomo I, pág. 544.


18- Por supuesto, Freud no habla aquí de la vida individual -ontogénesis-, sino de la historia de la especie, es decir, de la filogénesis.


19- Freud, ob. cit., pág. 556 y ss.


20- E. Husserl: Meditations Cartesiennes, Vrin, París, 1953, pág. 67.


21- E. Husserl, ob. cit., pág. 94.


22- Theophile Gautier: Les Paradis Artificiels, Poche, París, cap. I; Du Haschisch.


23- Medard Boss: Introduction a la Médicine Psychosomatique, PUF, París, 1969, pág. 6 y ss.


24- E. Husserl, ob. cit., pág. 72.


25- M. Heidegger: Die Zeit des Weltbildes, en Holzwege, Frankfurt, 1950, pág. 81 y ss., citado por Medard Boss.


26- M. Scheler: La idea del hombre y de la historia, Siglo XX, Buenos Aires, pág. 51 y ss.


27- T.W. Adorno. Primas, Ariel, Barcelona, 1962, pág. 98.


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LOS ALUCINÓGENOS Y EL MUNDO HABITUAL

DESPEJANDO PREJUICIOS

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1. LAS VARIABLES DEL ASUNTO


Las cosas que entran en nuestro cuerpo por cualquier vía –oral, epidérmica, venosa, rectal, intramuscular, subcutánea- pueden ser asimiladas, y convertidas en materia para nuevas células, aunque pueden también resistir esa asimilación inmediata. Las que se asimilan de modo inmediato merecen el nombre de alimentos, pues gracias a ellas renovamos y conservamos nuestra condición orgánica. Entre las que no se asimilan inmediatamente cabe distinguir dos tipos básicos: a) aquellas que –como el cobre o la mayoría de los plásticos, por ejemplo- son expulsadas intactas, sin ejercer ningún efecto sobre la masa corporal o el estado de ánimo; b) aquellas que provocan una inmensa reacción. Este segundo tipo de cosas comprende las drogas en general, que afectan de modo notable aunque absorbamos cantidades ínfimas, en comparación con las cantidades de alimentos ingeridas cada día. Hoy, cuando empiezan a conocerse los complejos procesos biológicos, la actividad extraordinaria de este tipo de cosas sugiere que están ligadas a equilibrios básicos en los organismos. Normalmente, no afectan por ser cosas de afuera, sino por parecerse como gotas de agua a cosas de muy adentro. Pero dentro de este tipo de sustancias es preciso distinguir entre compuestos que afectan somáticamente (como la cortisona, las sulfamidas o la penicilina) y los que afectan no sólo somática sino también sentimentalmente. Estos últimos –que parecieron milagrosos a todas las culturas antiguas- son en su mayoría parientes carnales de las sustancias que trasladan mensajes en el sistema nervioso (los llamados neurotransmisores), o antagonistas suyos, y reciben el nombre vulgar de “drogas”.


TOXICIDAD


Llámense drogas o medicamentos, estos compuestos pueden lesionar y matar en cantidades relativamente pequeñas. Como a una sustancia con tales caracteríticas la llamamos “veneno” , es propio de todas las drogas ser venenosas o tóxicas. La aspirina, por ejemplo, puede ser mortal para los adultos a partir de tres gramos, la quinina a partir de bastante menos y el cianuro de potasio desde una décima de gramo. Sin embargo, lo tóxico o envenenador de una cosa no es nunca esa cosa abstractamente, sino ciertas proporciones de ella conforme a una medida (como el kilo de peso). De ahí , siguiendo con el ejemplo, la enorme utilidad que extraemos de la aspirina, la quinina y el cianuro, a pesar de sus peligros. La proporción que hay entre cantidad necesaria par obrar el efecto deseado (dosis activa media) y cantidad suficiente para cortar el hilo de la vida (dosis letal media) se denomina margen de seguridad en cada droga. ¿Cómo puede ser terapéutico un veneno? Fundamentalmente porque los organismos sufren muy distintos trastornos y ante ellos el uso de tóxicos en dosis no letales puede ser la única, o la mejor, manera de provocar ciertas reacciones. Apenas hay, por eso, venenos de los que no se hayan obtenido valiosos remedios: el curare, la atropina, el ergot o la planta digital son casos bien conocidos de una lista interminable. Dentro del margen de seguridad, el uso de tóxicos plantea fundamentalmente dos cuestiones, que son el coste de la ganancia y la capacidad del organismo para adaptarse a su estado de intoxicación. El coste depende de los efectos que se llaman secundarios o indeseados, tanto orgánicos como mentales. La capacidad del organismo para “hacerse” al intruso depende del llamado factor de tolerancia aparejado a cada compuesto. La tolerancia y el coste psicofísico pueden prestarse a juicios algo subjetivos, comparados con la objetividad matemática del margen de seguridad. En efecto, aunque las diferencias individuales sean muy importantes, no puede decirse –sin mentir descaradamente- que el margen en la heroína sea inferior a 1 por 20, el de la LSD a 1 por 650 y el de la aspirina a 1 por 15. Al hablar del coste, en cambio, es posible y hasta habitual subrayar ciertos aspectos en detrimento de otros, presentando un lado del asunto como la totalidad. Así , por ejemplo, la medicina oficial ha negado durante décadas cualquier utilidad terapéutica a la cocaína debido a cuadros de hiperexcitación, insomnio y hasta lesiones cerebrales, mientras recetaba generosamente anfetaminas como tónicos, antidepresivos y anorexígenos (para combatir la obesidad), cuando las anfetaminas son estimulantes considerablemente más costosos que la cocaína a corto, medio y largo plazo. Más clara aún es la tendenciosidad al hablar de tolerancia, que puede concebirse de modos diametralmente distintos; desde los orígenes hasta bien entrado el siglo XX, los farmacólogos entendían que “la familiaridad quita su aguijón al veneno” , y que el más razonable uso de los tóxicos pasaba por un gradual acostumbramiento a ellos. A partir de las leyes represivas, en cambio, el factor de tolerancia no se entiende como capacidad de una droga para estar en contacto con el organismo sin graves efectos nocivos, sino como medida de su propensión al abuso, pues al ir haciéndose cada vez menos tóxico el sujeto tiende a ir consumiendo más cantidad para igualar el efecto. Como siempre, el criterio sensato parece ser el del medio. Una droga a la que el sujeto puede irse familiarizando (con un factor de tolerancia alto, como el café o el alcohol), presenta muchos menos riesgos de intoxicación aguda que una droga con un factor de tolerancia bajo (como barbitúricos y otros somníferos), cuyo uso repetido no ensancha considerablement el margen de seguridad. Al mismo tiempo, es cierto también que la posibilidad de ensanchar el margen mediante un empleo continuado induce a administrarse dosis crecientes para lograr la misma ebriedad, por lo cual el riesgo de intoxicación aguda se desliza hacia el riesgo de intoxicación crónica. Sin embargo, el uso crónico de ciertas drogas resulta mucho más nocivo –para sistema nervioso, hígado, riñón, etc.- que el uso crónico de otras, y lo que finalmente queda en pie es que cada una presenta un sistema particular de ventajas e inconvenientes. En todo caso, estos tres elementos –margen de seguridad, coste psicofísico y tolerancia- son los lados materiales o cuantificables del efecto producido por las drogas. Prestarles atención ayuda a plantear de modo objetivo ese efecto. 


MARCO CULTURAL


Pero una droga no es sólo cierto compuesto con propiedades farmacológicas determinadas, sino algo que puede recibir cualidades de otro tipo. En el Perú de los incas, las hojas de coca eran un símbolo del Inca, reservado exclusivamente a la corte, que podí a otorgarse como premio al siervo digno por alguna razón. En la Roma preimperial el libre uso del vino estaba reservado a los varones mayores de treinta años, y la costumbre admití a ejecutar a cualquier mujer u hombre joven descubierto en las proximidades de una bodega. En Rusia beber café fue durante medio siglo un crimen castigado con tortura y mutilación de las orejas. Fumar tabaco se condenó con excomunión entre los católicos, y con desmembramiento en Turquía y Persia. Hasta la hierba mate que hoy beben en infusión los gauchos de la Pampa fue considerada brebaje diabólico, y sólo las misiones jesuitas del Paraguay –dedicadas al cultivo comercial de estos árboles- lograron convencer al mundo cristiano de que sus semillas no habían sido llevadas a América por Satán sino por santo Tomás, el más desconfiado de los primeros Apóstoles. Naturalmente, los valores mantenidos por cada sociedad influyen en las ideas que se forman sobre las drogas. Durante la Edad Media europea, por ejemplo, los remedios favoritos eran momia pulverizada de Egipto y agua bendita, mientras hacia esos años las culturas centroamericanas consideraban vehículos divinos el peyote, la ayahuasca, el ololiuhqui y elteonanácatl, plantas de gran potencia visionaria que los primeros misioneros denunciaron como sucedáneos perversos de la Eucaristía. En general, puede decirse que los monoteísmos no han dudado a la hora de entrar en la dieta –farmacológica o alimenticia- de sus fieles, y que el paganismo nunca irrumpió en esta esfera. Sin embargo, el influjo que ejerce la aceptación o rechazo de una droga sobre el modo de consumirla puede ser tan decisivo como sus propiedades farmacológicas. Así , mientras el café estuvo prohibido en Rusia resultaba frecuente que los usuarios lo bebieran por litros y entrasen en est ados de gran excitación, lo cual hací a pensar a las autoridades que esa droga creaba un ansia irreprimible. Todaví a más claro es el caso del opio en India y China durante el siglo XIX , pues un consumo muy superior por cabeza-año entre los indios (donde no estaba prohibido) produjo un número incomparablemente inferior de usuarios abusivos que entre los chinos (donde estaba castigado con pena de muerte). Ya en nuestro siglo, la influencia del régimen legal sobre el tipo de usuario y el tipo de administ ración se observa en el caso de la heroína; antes de empezar a controlarse (en 1925) era consumida de modo regular por personas de clase acomodada, casi siempre activas laboralmente, con una media de edad superior a la cincuentena y ajenas por completo a incidencias delictivas. Una década después empieza a ser consumida de modo regular por un grupo más joven, desarraigado socialmente, hostil al trabajo y responsable de la mayoría de los crímenes. De la mano con el carácter legal o ilegal suele ir el hecho de que muchas drogas psicoactivas se ligan a sectores determinados, obteniendo con eso una impronta u otra. Vemos así que la cocaína simboliza una droga de opulentos o aspirantes a ella mientras que la LSD simbolizó cierto paganismo preocupado por el retorno de la naturaleza, las anfetaminas fueron consumidas ante todo por amas de casa poco motivadas, y el crack escenifica hoy la amargura de los americanos más pobres. Conocer la secuencia temporal de las reacciones ayuda, por eso, a no confundir causas con efectos. Antes de que fuera abolida la esclavitud, en Estados Unidos no había recelos sobre el opio, que aparecieron cuando una masiva inmigración de chinos –destinada a suplir la mano de obra negra- empezó a incomodar a los sindicatos. Fue también un temor a los inmigrantes, en este caso irlandeses y judíos fundamentalmente, lo que precipitó una condena del alcohol por la Ley Seca. Hacia esas fechas preocupaban mucho las reivindicaciones políticas de la población negra del Sur, y la cocaína –que había sido el origen de la Coca-Cola- acabó simbolizando una droga de negros degenerados. Veinte años después sería mano de obra mexicana, llegada poco antes de la Gran Depresión, lo que sugirió prohibir también la marihuana. Desde luego, el opio, el alcohol, la cocaína y la marihuana pueden ser sustancias poco recomendables. Pero es preciso tener cuidado al identificarlas, sin más, con grupos sociales y razas. Ligando el opio a los chinos se olvida que el opio es un invento del Mediterráneo; ligando negros y cocaína prescindimos de que esa droga fue descubierta y promocionada inicialmente en Europa; ligando mexicanos a marihuana pasamos por alto que la planta fue llevada a América por los colonizadores, tras milenios de uso en Asia y África. Por consiguiente, junto a la química está el ceremonial, y junto al ceremonial las circunstancias que caracterizan a cada territorio en cada momento de su historia. El uso de drogas depende de lo que química y biológicamente ofrecen, y también de lo que representan como pretextos para minorías y mayorías. Son substancias determinadas, pero las pautas de administración dependen enormemente de lo que piensa sobre ellas cada tiempo y lugar. En concreto, las condiciones de acceso a su consumo son al menos tan decisivas como lo consumido.


LOS PRINCIPALES EMPLEOS


El estado que produce una droga psicoactiva puede llamarse intoxicación (si se considera su contacto con nuestro organismo) y llamarse ebriedad (si se considera el efecto que esa sustancia ejerce sobre el ánimo); para la intoxicación intensa de alcohol disponemos de la palabra “embriaguez” , o “borrachera” en casos límite. Cabe hablar de uso colectivo y uso individual, uso antiguo y uso moderno. Sin embargo, quizá la forma más sencilla de abarcar el consumo de drogas sea distinguir entre empleos festivos, empleos lúdicos o recreativos y empleos curativos o terapéuticos. La fiesta religiosa –romerías, Semanas Santas y sus equivalentes en otras culturas- suelen ser una ocasión propicia para la ebriedad. La “velada” de pueblos peyoteros (como el huichol, el tarahumara, el cora o las tribus norteamericanas integradas en la Native American Church) constituye una ceremonia religiosa muy precisa, dirigida a producir en hombres, mujeres y adolescentes una relación inmediata con sus dioses; lo mismo sucede con los ritos del yagé en la cuenca amazónica, los delkava en Oceaní a o los de la iboga en África central. Hay una alta probabilidad de que se empleasen drogas muy activas –mezcladas o no con vino- en los banquetes iniciáticos de los Misterios paganos clásicos (báquicos, eleusinos, mitraicos, egipcios, etc.), al igual que en los ritos del soma y el baoma de la antigua religión india e irania. Tampoco hay apenas fiestas profanas donde no se empleen drogas, adaptadas a la cult ura de cada lugar. Los yaquis de Sonora, por ejemplo, danzan hasta la extenuación usando pulque (cerveza de pita) cargado con extractos de cierta datura; los siberianos se sirven de una seta visionaria, en el Yemen usan cocimientos de un poderoso estimulante llamadocat, en África ecuatorial hay un uso masivo de nueces de cola y es frecuente el de la marihuana. El área occidental rarí sima vez celebra reuniones sin que intervengan bebidas alcohólicas en abundancia, y ciertos ambientes contemporáneos añaden cocaína. Si el objeto de usar drogas en fiestas religiosas es facilitar el acercamiento a lo sobrenatural, el de las fiestas profanas es sin duda aumentar el grado de unión entre los participantes, potenciando la cordialidad. Por último, hay un empleo terapéutico en sentido estricto, generalmente individual aunque a veces colectivo (terapias de grupo), que tiene por finalidad curar o aliviar males de un tipo u otro. Hasta el segundo tercio de este siglo, cuando se consolida el sistema de receta médica obligatoria, la tradición de remedios domésticos mantenía un sistema de automedicación que va siendo cada vez más desplazado por el “consulte a su médico” . Sin embargo, tanto con las drogas legales como con las drogas ilegales sigue habiendo un margen de iniciativa personal; las reservas de unos y otros productos se almacenan en el botiquín casero, y son utilizadas al ritmo sugerido por las necesidades o inclinaciones del momento. Dentro del empleo terapéutico debe incluirse también la eutanasia o buena muerte. Los manuales paganos de farmacología enumeran “ eutanásicos dulces” , pues no prolongar la existencia más allá de cierto límite –cuando el sometimiento a un tirano o alguna dolencia incurable degradan la vida a puro dolor para el sujeto y miseria para sus allegados- era tenido por signo de excelencia ética. Al entronizarse el cristianismo esta práctica fue condenada, si bien vuelve a plantearse como un derecho civil.


 FUENTE: Antonio Escohotado.


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DESPEJANDO PREJUICIOS

SOBRE EBRIEDAD

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El prohibicionismo en materia de drogas es -cada vez más- un remedio que agrava el mal en lugar de evitarlo; su vigencia sostiene imperios criminales, corrupción, envenenamiento con sucedáneos y meros venenos, hipocresía, marginación, falsa conciencia, suspensión de las garantías inherentes a un Estado de derecho, histeria de masas, sistemática desinformación y -cómo no- un mercado negro en perpetuo crecimiento. Los millones de personas que mueren o son encarceladas, chantajeadas y expropiadas cada año en el mundo y los muchos millones más expuestos cada día a semejante suerte no son un argumento pequeño; súmese a ello la atrocidad de que mueran o yazcan retorcidos por dolores perfectamente remediables un número todavía superior de personas y tendremos un cuadro realista de la situación.


Pero el cambio de esa pesadilla, la ley vigente, no sólo promete evitar de inmediato muchas cosas indeseables como la sobredosis accidental o involuntaria-, sino promover algunas deseables, empezando por la moderación misma. Aunque parezca imposible un mundo sin drogas, hay quien piensa que seria lo idóneo; tiene demasiado cerca la ganda prohibicionista para observar que las sustancias psicoactivas no se inventaron para hundir al ser humano, esclavizándole y mutilando su dotación orgánica, sino para ayudarle a sobrellevar desafíos vitales, mejorando su autocontrol y en definitiva, su libertad y su dignidad personal.


La guerra a las drogas es una guerra a la euforia autoinducida y delata miedo al placer. El sufrimiento, tan común, coge a todos preparados y no suele exigir pedagogos; pero el placer -especialmente si se presume intenso- demanda una protección, que pedagogos oficiales se encargan de impartir por las buenas o por las malas, normalmente por las malas. Nada más oportuno entonces que recordar el concepto clásico de euforia así como la idea que otras culturas tuvieron y tienen de la ebriedad.


Hacia el siglo VI antes de Cristo, Hipócrates -creador de la medicina científica- recomendaba dormir sobre algo blando, embriagarse de cuando en cuando y entregarse al coito cuando se presente ocasión. Preconizaba opio para tratar la histeria y concebía la euforia (de eu-phoriaánimo correcto) como algo terapéutico. Para él, como para Teofrasto y Galeno, las drogas no eran sustancias buenas o malas, sinoespíritus neutros, oportunos o inoportunos atendiendo al individuo y la ocasión.


Durante la era pagana, el vino y las bebidas alcohólicas son las únicas drogas que sugieren degradación ética e indigna huida ante la realidad. Ecos del reproche se remontan al primer imperio egipcio, prosiguen en la vieja religión indoirania y llegan a la cuenca mediterránea como dilema: ¿Quiso Dioniso-Baco regalar a los mortales algo que enloquece o algo que ayuda a vivir?. Los usuarios de cualesquiera otras droga no interesan para nada al derecho ni a la moral y cometeríamos un error creyendo que eran escasos. En la Roma de Augusto y Tiberio, por ejemplo, había casi 900 tiendas dedicadas de modo exclusivo a vender opio, cuyo producto representaba el 15% de toda la recaudación fiscal y el opio era una mercancía estatalmente subvencionada, como la harina, para impedir especulaciones con su precio; sin embargo, no hay palabra en latín para opiómano, mientras se acercan a la docena las que nombran al alcohólico y ni un solo caso de adicto al opio aparece mencionado en los anales de la cultura grecorromana. Lo mismo debe decirse de quien usa marihuana, hachís, beleño, daturas, hongos visionarios y demás drogas antiguas.


Las raíces del mundo occidental coinciden con las de otras innumerables culturas en un concepto a la vez profundo y claro de la ebriedad -alcohólica o no-, que en definitiva apunta a un acto de júbilo y abandono, pues -como señalara Nietzsche- es el juego de la naturaleza con el hombre. Filón de Alejandría, padre de la corriente jónica vincula la palabra griega para ebriedad (methe) con el verbo methyeni, que significa soltarpermitir y define al ebrio como quien se adentra enliberación del almaPlatón, su maestro, no ignoraba que el ebrio puede caer en patosería, aturdimiento, avidez y fealdad, pero defendió vigorosamente el entusiasmo ebrio como antídoto para aligerar la tirantez del carácter y sus ropajes rutinarios, que suscita la interioridad original y aquella inocencia donde pueden aparecer a una nueva luz las cosas. Como resumiría mucho más tarde Montaigne, los paganos aconsejaban la ebriedad para relajar el alma.


De ahí que el ideal grecorromano no fuese la sobriedad, sino la sobria ebrietas, la ebriedad sobria que faculta para gozar el entusiasmo sin incurrir en necedades. El sobrio no debe ser confundido con el abstemio, porque el primero es racional con o sin drogas, mientras el segundo sólo lo es sin ellas; uno puede penetrar en los pliegues de la desnudez y el otro ha de rehuirlo para no avergonzarse ante los demás y ante su propia conciencia.


Esta constelación se derrumba al triunfar el cristianismo, que no sólo combate los cultos orgiásticos y extáticos de la religión pagana -apoyados casi siempre con drogas de tipo visionario- sino la propia medicina hipocráto-galénica, en nombre de remedios mejores como exvotos, santos óleos y agua bendita; el saber farmacelógico antiguo,será destruido y se perseguirá como crimen de lesa majestad la eutanasia, que hasta entonces había sido considerada un signo de excelencia ética. El uso médico, moral, sacramental y recreativo de drogas distintas del vino constituye apostasía, desprecio por la fe verdadera. Los dispersos restos del saber previo quedan al cuidado de curanderos y curanderas y la persecución de estos focos acabará suscitando una cruzada contra la brujería, que, por estructura y métodos, es un calco de la actual guerra a las drogas.


Para terminar les recuerdo que Europa recobró la farmacología científica -y libertad para hacer uso de ellas- cuando aparecieron las primeras fisuras graves en la monolítica unidad de la Iglesia y el Estado y que desde el siglo XVII hasta el actual concibió las drogas otra vez al modo pagano, confiando en ellas como buenos remedios cuando se usaban sensatamente y restaurando como orientación Ia sobria ebriedad. Les recuerdo que el afán prohibicionista, nacido en Estados Unidos y promovido por este país al ritmo en que iba alzándose al rango de superpotencia, es una iniciativa de misioneros y círculos puritanos, pensada expresatmente -en palabras del reverendo Wilbur S. Crafts, director del lnternational Reforin Bureau en tiempos de T. Roosevelt- para celebrar el segundo milenio de égida cristiana sobre el planeta.


La cruzada contra las drogas ha tenido y tiene el mismo efecto que la cruzada contra las brujas: exacerbar hasta extremos inauditos un supuesto mal, justificando el sádico exterminio y el expolio de innumerables personas, así como el enriquecimiento de inquisidores corruptos y un próspero mercado negro de lo prohibido, que en el siglo XVI era de ungüentos brujeriles y hoy es de heroína o cocaína. No quebrantaremos el círculo vicioso de la cruzada sin sustituir las pautas de barbarie oscurantista por un principio de ilustración. Las drogas son cosas que siempre estuvieron entre nosotros, que sigen estándolo y que van a continuar así. Dado el clima de alarmismo contraproducente, donde para los jóvenes usar lo ilícito es en parte rito de pasaje hacia la madurez y en parte coartada que sugiere declararse irresponsable, nuestra alternativa es excitar un consumo irracional de productos adulterados, o apoyar un uso informado de sustancias puras.


Demonizar las drogas sólo nos ha hecho más inermes, más crueles para con nuestros semejantes y más idiotas en sentido original, ya que idiotésnombra en griego clásico a quien delega indefinidamente en otros la gestión de aquello común y por tanto suyo. No ya nuestra salud sino la de nuestros hijos y nietos pende de que recobremos su empleo como reto ético y estético personal -atendiendo a la aventura de libertad y saber allí subyacente-, sin desoír su valor como lenitivo mejor o peor para partes difíciles del vivir y vidas amargas. A mi juicio, sólo así podrán renacer en este campo un sentido crítico y una mesura dignos de su nombre, que fueron regla antes del experimento prohibicionista.


FUENTE: Antonio Escohotado


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SOBRE EBRIEDAD

domingo, 3 de agosto de 2014

LA PROHIBICIÓN: PRINCIPIOS Y CONSECUENCIAS

Extraido del libro: La Historia de las Drogas

 

La experiencia vivida con drogas diferentes en épocas diferentes y lugares diferentes, nos ofrece un banco de datos sobre el modo como el hecho de ser legales, ilegales o ajenas a cualquiera de esos estatutos influyó sobre su producción y consumo. A la luz de estos datos es oportuno repasar el cuadro de las razones expuestas por el prohibicionismo farmacológico.


El argumento objetivo


La base de la intervención coercitiva sobre el entendimiento ajeno es el alegato de que determinadas sustancias provocan embrutecimiento moral e intelectual, y por eso mismo son estupefacientes. La característica de este argumento fue basarse en cuerpos químicos precisos y por eso es legítimo distinguir entre un argumento antiguo y uno moderno. 


El antiguo afirmaba que estupefacientes eran algunos compuestos químicos (opiomorfina y cocaína hasta 1935) cuyo uso discrecional debía ser desaconsejado, por representar una bendición en manos demédicos y científicos y una maldición en manos de toxicómanos.


La Convención única de 1961 amplió la lista de esos compuestos, aunque ese número haya continuado siendo insignificante en comparación con el de las substancias psicoactivas naturales y producidas por laboratorios. Como hasta mediados de los años 60 todavía era fácil obtener en las farmacias variantes tan activas -o aún más- que los fármacos controlados, la vigencia de un régimen semejante produjo un pequeño mercado negro a la vez que un floreciente mercado blanco, no sólo de alcohol y de otras drogas vendidas en supermercados, sino también de anfetaminasbarbitúricosopiáceos sintéticos,meprobamatobenzodiacepinas, etc.


La argumentación objetiva antigua entró en crisis cuando toxicólogos del mundo entero coincidieron en declarar indefendible el concepto oficial de estupefaciente, y el propio Comité de Peritos de la OMS se desentendió en relación a ese concepto por considerarlo acientífico. Nadie consiguió precisar en términos biológicos, neurológicos o psicológicos por qué ciertas substancias eran llamadas estupefacientes y otras no. En ese momento -cuando los estupefacientes oficiales tenían una demanda muy escasa, y ya se perfilaba en el horizonte la amenaza psicodélica- cristalizó el argumento objetivo ulterior o moderno, que legitimaría una continuidad de la política antigua, aumentando su indefinición.



En efecto, según el argumento antiguo, los llamados estupefacientes eran medicamentos de prescripción muy delicada, que sólo ciertas personas podrían recetar o investigar. Pero pronto se transformaron en sustancias cada vez más indeseables y superadas por los progresos de la química de síntesis, que en ningún caso podrían quedar libradas al criterio de médicos y científicos. Su concepto pasó a ser estrictamente ético-legal, reflejado en un sistema de listas que marcaban la transición del simple control previo a la prohibición ulterior. A partir de entonces, las leyes no precisarían -ni en el período de deliberaciones previas, ni en sus exposiciones de motivos- esclarecer farmacológicamente cosa alguna; por ejemplo: porqué el alcohol, las anfetaminas o los barbitúricos eran artículos de alimentación o medicamentos, mientras la marihuana y la cocaína eran artículos criminales. Como esto presuponía un elemento de arbitrariedad, la solución última y todavía en vigor, fue declarar que todos los Estados debían velar por el estado anímico de sus ciudadanos, controlando cualquier sustancia que causase efectos sobre su sistema nervioso. Nació así el concepto de psicotrópico, al mismo tiempo en que se disparaba enormemente la producción y el consumo de los estupefacientes, pues sus análogos sintéticos ya eran sustancias psicotrópicas que solo podían ser adquiridas en farmacias con receta médica.


Las objeciones 


El argumento objetivo en general, antiguo y moderno, se confronta enprimer lugar con la idea científica de fármaco, que no proyecta determinaciones morales sobre cuerpos químicos por considerarlos cosas neutras en sí, benéficas o perniciosas, dependiendo de sus usos subjetivos.


En segundo lugar hay circularidad en la forma antigua y la moderna de exponer el argumento. En el inicio, se afirmó que ciertas substancias son muy útiles en manos de personas competentes -admitiéndose un usomédico y científico-, mientras que al mismo tiempo se creaban dificultades insuperables para que ese personal especializado dispusiese de ellas. Después, cuando terapeutas e investigadores reclamaron su derecho, se alegó que estas substancias eran inútiles para la medicina o la ciencia, porque ya existían productos sintéticos mucho mejores. Por último, cuando algún médico insiste hoy en obtener una explicación técnica sobre las ventajas de los fármacos sintéticos (por ejemplo por qué la metadona es mejor que el opio), se retorna a la premisa inicial, esto es, la de que los tradicionales serían muy útiles e inclusive mejores, si fuera posible prevenir los abusos en su prescripción. Como no existe un modotécnico de probar que son drogas inútiles, se alega que son peligrosas, y, como es imposible hacer valer la peligrosidad ante un diplomado en toxicología, se alega que son inútiles.


En tercer lugar, el argumento objetivo prescinde del hecho de que una droga no es sólo un cierto cuerpo químico, sino algo esencialmente determinado por un rótulo ideológico y ciertas condiciones de acceso a su consumo. Hasta 1910, los usuarios norteamericanos de opiáceos (Pag. 52) naturales eran personas de la segunda y tercera edad, casi todas integradas en el plano familiar y profesional, ajenas a incidentes delictivos; en 1980, gran parte de estos usuarios son adolescentes, que dejan de cumplir todas las expectativas familiares y profesionales, cuyo vicio justifica un porcentaje muy alto de los delitos cometidos anualmente. ¿Será que los opiáceos cambiaron, o cambiaron los sistemas de acceso a estas sustancias? Cabe decir la misma cosa de las sobredosis involuntarias: ¿cuántos usuarios de heroína o cocaína murieron por intoxicación accidental cuando el fármaco era vendido libremente y cuántos murieron después de que se tornaran ilegales? ¿Puede atribuirse a cosa distinta del derecho vigente la inundación del mercado por sucedáneos mucho más baratos y tóxicos que los originales, como el crack?.


Por más que se quieran presentar estos y otros efectos como desgracias imprevisibles, surgidas fortuitamente al defenderse la moralidad y la salud pública, el argumento objetivo deja de lado el hecho de que las condiciones vinculadas a la satisfacción de un deseo determinan decisivamente sus características. La realidad sociológica en materia de drogas es una consecuencia, y no una premisa, de su status legal.


Cuando se escamotea el efecto de la condición sobre lo condicionado, todo queda a merced de profecías autocumplidas, como la de aquel astrólogo inglés que tras adivinar cierto incendio futuro tomó la precaución de encender personalmente el fuego, a la hora y en el lugar ordenado por los astros.


Usando categorías biológicas, o simplemente lógicas, no es sustentable -en cuarto lugar- que el usuario de drogas ilícitas sea un toxicómano (maníaco consumidor de venenos) mientras el usuario de drogas lícitas constituye un bebedoro un fumador. Pero esta incoherencia permite mantener un negocio imperial a nivel planetario, exhibido sin el menor recato en todo el Tercer Mundo. Esos territorios son sometidos a extorsiones políticas, a devastaciones botánicas y a la persecución de sus campesinos, porque producen la materia prima de los principales agentes psicoactivos ilícitos, una materia que mata a occidentales a miles de millas de distancia; al mismo tiempo, es allá, en el Tercer Mundo, donde actualmente son vendidos en masa los agentes psicoactivos lícitos, desde el tabaco y el alcohol a estimulantes y sedantes patentados, con una propaganda destinada a fulminar cualquier competencia de sus fármacos tradicionales. Allá, el tabaco -norteamericano, naturalmente- es de cinco a diez veces más barato que en el sector civilizado del mundo -aunque la pasta dental o las sulfamidas cuesten el triple- y no contiene ningún rótulo indicando que puede perjudicar la salud; allá también el Valium y las demás benzodiacepinas son vendidas por cartones de envases, si el comprador lo quisiera, indicando sus prospectos que no son drogas, son remedios.


2. El argumento de autoridad 


La política vigente se apoya también en el peso específico de sus propugnadores, distribuido en un grupo de eminencias y en una masa de personas innominadas (Mayoría Moral, o Silenciosa). Se alega que los líderes más respetados del mundo y una avasalladora masa de (Pag. 53) ciudadanos no podrían estar equivocados. Y, en efecto, a principios de siglo destacados representantes del fundamentalismo religioso -cuya bandera fue levantada después por instituciones policiales, políticas y financieras-, apoyaron la prohibición, sobre todo del alcohol. Hoy es raro encontrar un prelado, un general, un banquero o un estadista que sea hostil al prohibicionismo, y entre los que apoyan con mayor elocuencia sus premisas están próceres antiguos y modernos, desde el obispo Brent o el superdelegado Anslinger a los presidentes Nixon, Reagan, la señora Thatcher o el ayatollah Khomeini. 


En lo que respecta al hombre de la calle, un gran número de personas creen sinceramente que “la” droga es un ente real, y debe defenderse de tal cosa como de un asaltante o de un asesino. Si ponemos en un plato de la balanza a los que apoyan la prohibición y en el otro a los que les gustaría revocarla, es bien posible que los primeros superen a los segundos, aunque no sea simple determinar en qué proporción; nunca se hicieron sondeos sobre este preciso extremo, con el rigor exigible para acercarse a estimaciones objetivas. El hecho de que, en algunos países, la disidencia farmacológica (haber usado alguna vez una droga ilícita) sea superior a una cuarta parte de la población -como sucede en los Estados Unidos, en España y en Holanda, por ejemplo- no significa que los disidentes se opongan a la prohibición en general, y tampoco excluye que sí se opongan a ella aquellos que sólo usan drogas lícitas. Lo innegable es que el asunto preocupa a todos seriamente, y que esta inquietud es interpretada en los medios oficiales como un apoyo expreso al régimen vigente.


Las objeciones


Al argumento de que los líderes mas eminentes del mundo y una inmensa mayoría de personas no podrían estar equivocadas, cabe contraponer dos observaciones básicas.


Pero la autoridad de los líderes no es la única, y si de Anslinger a Khomeini o Bush los políticos apoyan unánimemente la cruzada actual, se observa también que es rechazada de manera no menos unánime por quienes representan la autoridad del pensamiento. En otras palabras, hay dos autoridades en abierto conflicto. Así como líderes destacados apoyaron la prohibición, se opusieron a ella destacados representantes de las ciencias y de las artes, cuyos criterios se prolongan en grupos de resistencia activa o pasiva. Si pusiéramos a los primeros en un plato de la balanza y a los segundos en el otro, es tan avasalladora la supremacía del brillo institucional en unos como la del brillo intelectual en otros. Entre los preconizadores de la cultura farmacológica encontramos una larga secuencia, desde Teofrasto y Galeno a Huxley y Bateson, pasando por Paracelso, Sydenham, Coleridge, James y Freud. Y para ser exactos, la disparidad entre ambas corrientes hace recordar a la polémica de la brujería, donde a un lado estaban humanistas como Pomponazzi, Bruno, Cardano, laguna y Porta, mientras hombres de credos tan dispares como Calvino, Bonifacio W, Torquemada y Melanchton formaban un frente común de salvación pública.


En lo tocante a la autoridad del hombre de la calle, la historia nos enseña hasta qué (Pag. 54) punto ha sido receptivo a convocatorias de descontaminación ritual y lo muestra bombardeado por la propaganda con clichés como la llamada “espiral del estupefaciente”, en cuya virtud bastará que alguien se aproxime a los fármacos prohibidos para caer en adicción y crimen. Como el ciudadano común no posee datos fiables sobre la frecuencia con que esto sucede, nos ocuparemos por un momento del asunto.


Apenas uno de cada dieciséis iniciados en la heroína necesitó alguna vez atención médica; los otros quince viven su vida -habituados o no, la mayoría no habituados- sin alertar a las redes epidemiológicas. Con la cocaína la proporción puede ser multiplicada por cien o más, pues mueren por año menos personas por sobredosis de cocaína verdadera que en tiroteos relacionados con su tráfico. En el caso del cannabis y sus derivados, simplemente no se conocen casos de ingresos en clínicas pidiendo tratamientos de desintoxicación; lo mismo puede decirse (por lo menos durante la última década) de los demás fármacos visionarios. Haciendo un promedio de los casos de verdadero abuso y envenenamiento con estos fármacos de la Lista 1, consideradossuperpeligrosos, el resultado es que, a pesar del rótulo demonizador, solo cerca del 0,01% de los toxicómanos en el sentido legal -usuarios de ciertas drogas sin receta médica- cayó y cae en la llamada espiral de las drogas. Como en algunos países ese 0,01% afecta al 20 ó 25% de la población total, es suficiente para producir directa o indirecta­mente un alto porcentaje de los delitos contra las personas o contra el patrimonio. Con todo, para la inmensa mayoría de los otros toxicómanos, consumir o no una droga de la Lista 1 es un asunto ceremonial y lúdico, raramente místico, sólo un poco diferente de ir al casino, dar una fiesta o visitar un museo, sin efectos psicosomáticos discernibles de tomar una o varias copas. 


Se mide la ecuanimidad de los medía calculando las veces en que describen este 99,99% y las veces en que describen el 0,01 % restante. Para mayor claridad, calculamos con qué frecuencia, al narrar la vida de este 0,01 %, se describen el estereotipo satánico, los elevados desembolsos económicos, el peligro de envenenamiento con sucedáneos y la necesaria frecuentación de círculos criminales como elementos de influencia en el abuso farmacológico o en la conducta delictiva. Aunque los medios se alimentan del escándalo como noticia idónea, eso no explica su sesgo, pues mucho más escandaloso seria describir el autocontrol que centenares de miles de personas vienen demostrando, a pesar del clima imperante y de sus peligros muy reales. La realidad censurada es este segmento del mundo que simplemente no acata la Prohibición, sin sentirse justificado para hacer mal a otro sólo por un hábito, ni a entrar en las ceremonias que el represor ofrece para representar sus actos como pura benevolencia. Mientras esta parte del mundo continúe ausente de la televisión y de la prensa, es absurdo presuponer que las personas de la calle poseen elementos de juicio para decidir sobre las ventajas y desventajas del prohibicionismo. Por otro lado, no faltan sorpresas aquí y allá, como un programa de audiencia máxima exhibido en Catalunya, que promovió un debate a principios de este año: jurados escogidos aleatoriamente escucharon los argumentos de prohibicionistas y de anfiprohibicionistas y se decidieron por 11 a 2 a favor de los segundos. Como era de (Pag. 55) prever, poco después algunos periódicos presentaron encuestas en las cuales el 97% de los ciudadanos apoyaban el endurecimiento de las medidas represivas al tráfico y al consumo de drogas ilícitas.


3. El argumento conjetural 


Desde su inicio, la conciencia prohibicionista recurrió a una tercera forma de raciocinio, según la cual cualquier cambio de la política vigente haría que el consumo de drogas ilegales se expandiera a extremos inimaginables. Sirve de ejemplo una carta al director publicada hace algún tiempo por el periódico de mayor tiraje en lengua castellana: La despenalización, acabará con la mafia, sin duda, y con la criminalidad ligada al consumo de drogas [ ... ] cuando todos seamos heroinómanos. (El País, 28.3.1983, p. 13). Sin llegar a declaraciones tan comprometedoras sobre lo que la persona voluntariamente reprimida haría en el caso de no existir represión obligatoria, los poderes públicos afirman que un porcentaje “mucho mayor” de personas serían adictas a algunos de los psicofármacos prohibidos. 


Se trata en suma, del principal argumento no teológico de la cruzada, que por eso mismo merece la mayor atención. 


Los testimonios históricos En China, la legalización del opio redujo del 160% al 5% el índice de aumento de las importaciones. El consumo continuó creciendo para alimentar la tolerancia creciente de los habituados antiguos, pero no en la proporción necesaria como para reunir nuevos adeptos, o siquiera para mantener todos los anteriores; con la legalidad desapareció la fascinación del paraíso prohibido, así como el estímulo comercial para la promoción, y los individuos recuperaron un sentido crítico enturbiado por tutelas incapacitantes. En el caso de los Estados Unidos se concordó el retorno de las bebidas alcohólicas a la legalidad porque la Prohibición había causado una enorme corrupción burocrática, injusticia, hipocresía, una gran cantidad de nuevos delincuentes, envenenamientos en masa con alcohol metílico y la fundación del crimen organizado, sin reducir en más del 30% el consumo general, y en ningún caso el de sus tradicionales amateurs. 


El caso más reciente de legalización ocurrió en Holanda, donde desde el final de los años 70 es prácticamente libre y pública la venta de hachis y marihuana en coffee shops, diseminados por todo el país. Las demás drogas ilicitas son nominalmente perseguidas, aunque su oferta en aquel país sea superior en variedad y calidad a la que se encuentra en cualquier otro lugar del mundo. Cocaína, heroína, LSD o XTC son productos encontrados fácilmente y ciertas instituciones particulares -pero sustentadas con dinero público- como Safer House y pequeños (Pag. 56) laboratorios ambulantes situados en la puerta de las principales discotecas analizan gratuitamente cualquier muestra traída por particulares, determinando la naturaleza de la sustancia y su grado de pureza. Mientras tanto, las autoridades holandesas constataron que el número de usuarios nativos regulares de hachís y marihuana no solo se mantiene estable desde 1984, sino que hasta disminuyó del 20% al 14%. Con relación a los usuarios de drogas no legalizadas, este país tiene el porcentaje más bajo de Europa de toxicómanos irrecuperables, y también el más bajo número de sobredosis accidentales o involuntarias. Por cada junkie de Amsterdam hay por ejemplo, 14 en Frankfurt y 13 en Milán.


Al contrario, ¿qué efectos produjo la ilegalización de algo que antes era legal? Cuando el mate, por razones teológicas, fue prohibido en Paraguay, su consumo entre la población nativa y entre los españoles alcanzó proporciones nunca vistas ni antes ni después. Cuando ciertas pomadas y pociones pasaron a ser pruebas de tratos con Satanás, usando como puente la voluptuosidad, cerca de trescientos mil europeos (en un continente que en la época contaba aproximadamente con tres millones) terminaron siendo condenados a la hoguera como brujos, sin que tres siglos de Inquisición los hiciesen enmendarse. Cuando Murad III y Murad IV decretaron penas de descuartizamiento para quien tuviese relaciones con el tabaco, el comercio de este bien en Asia menor experimentó un vigoroso impulso. Tampoco funcionó en Rusia la prohibición del café, aunque varios zares hayan castigado su uso y comercio con mutilación de nariz y de orejas, así como no funcionara dos siglos antes en Egipto, donde se arrancaban los dientes del bebedor. Sobre el tabaco es suficiente decir que, en algunas regiones alemanas, el fumador llegó a ser castigado con pena capital. Ya en nuestra época, cuando se ilegalizaron los opiáceos naturales y la cocaína, su consumo se mantuvo bajo mientras hubo una oferta de drogas equivalentes en la farmacia; pero explotó cuando se restringió la disponibilidad de sus análogos sintéticos y hoy alimenta un fabuloso negocio de tráfico. 


Por último, ¿qué sucedió con las drogas dejadas al margen de la promoción publicitaria como de la prohibición? Aunque hayan justificado incinerar en vida a tantas brujas, ciertas solanáceas como belladona, datura, mandrágora y sus principios activos (atropina y escopolamina) son fármacos alucinógenos y también causantes de estupefacción en grado eminente. Pero forman parte de los estupefacientes en sentido legal, y no generan actualmente incidentes criminales ni el menor interés colectivo.


Mientras en China el consumo legal de opio minó a las instituciones y provocó pavorosas catástrofes, en India un consumo legal de opio muy superior (medido por habitantes y por año) no provocó un predominio de usos abusivos en detrimento de los moderados, y fue compatible con las buenas costumbres hasta hace poco tiempo atrás, cuando el país fue obligado a poner en práctica tratados internacionales que lo condenan a sufrir una heroinización de los jóvenes, tributo a fenómenos ocurridos en América del Norte hace tres décadas. 


Aunque en los Estados Unidos, en Japón y en Escandinavia (donde estaban prohibidas) hubiese ejércitos de speed freaks delirantes que se inyectaban cantidades enormes de (Pag. 57) anfetaminas cada poco tiempo, en España la total disponibilidad de estas drogas en las farmacias -complementada con el consejo del médico de familia y los progenitores- no causó abusos en la inmensa mayoría de los casos, por más que la incidencia de uso se aproximase al 65% de todos los universitarios en 1964. Aunque el éter y el cloroformo causaron sensación desde finales del siglo pasado, y sean los narcóticos por excelencia, con intensas propiedades tóxicas, sus usos lúdicos declinaron espontáneamente sin necesidad de prohibición, y hoy cualquier interesado en ellos puede obtenerlos por litros. 


Aunque los barbitúricos (sustancias apenas menos tóxicas que la heroína) hayan sido mercaderías vendidas libremente durante décadas para inducir el sueño en todo el mundo, y usados desordenadamente (solos o en combinación con anfetaminas) por innumerables médicos, el número de barbiturómanos nunca fue superior al 0,5% de la población. Aunque la cultura egipcia y la mesopotámica -continuadas por la grecorromana- hayan consumido opio con notable generosidad, ese hábito no produjo un único caso de opiomanía en sus anales.


En resumen, la historia enseña que ninguna droga desapareció o dejó de ser consumida durante el transcurso de su prohibición. Enseña también que, mientras subsista una prohibición, habrá una tendencia mucho mayor a consumos irracionales. Teniendo en cuenta lo vivido en diferentes épocas y países, se instaura un sistema de autocontrol inmediatamente después que cesara el sistema de heterocontrol o tutela oficial. La experiencia muestra que disponer libremente de una droga (incluso promovida con mentiras, como sucedió prácticamente con todas en su lanzamiento) no crea conflictos sociales e individuales comparables a los que provocó y provoca su prohibición. Ni siquiera es sustentable, históricamente, que la disponibilidad de una droga aumente el número de consumidores; la Ley Seca evidenció que los alcohólicos no disminuyeron (excepto en el caso de los mendigos) y que sólo pararon de beber -o redujeron su consumo- parte de los bebedores moderados, esto es, los que no necesitaban un régimen de abstinencia forzada para controlarse.


Si relacionamos estos datos, parecen sugerir que los seres humanos poseen poderes autónomos de discernimiento. Sugieren también que se dejan obnubilar por rótulos adheridos a las cosas, que desdibujan lo que ellas y ellos respectivamente son.


4. El argumento jerárquico 


La esencia del argumento jerárquico es que lo indeseable se combate con puniciones, y que definir lo indeseable corresponde en cada caso a quien manda. De ahí que el resultado tenga mucho de inesencial, pues lo decisivo es conservar el propio principio normativo. Aplicada a las drogas, esta orientación no pretende disuadir a aquellos que consumen las drogas prohibidas -aunque pueda parecer así- sino a los demás; y con este objetivo arbitra un sistema tan ineficaz para unos como eficaz para otros, fieles a esas costumbres denominadas de toda la vida. (Pag. 58) 


El límite de la coacción 


Parece que las objeciones al argumento conjetural contradicen el argumento jerárquico, aunque sea fruto de una construcción que funciona en muchos campos diferentes de los psicofármacos. ¿Serían las jóvenes más prudentes si fueran obligadas a volver a la casa a las nueve de la noche en vez de más tarde, o si fueran atadas a los pies de la cama, o fueran golpeadas cuando transgredieran esa regla? Eso para muchos progenitores parece educación, e inclusive la prevención idónea del sexo premarital, como conducta justificada por ser costumbre de toda la vida. Sin embargo, la posibilidad de que métodos análogos eviten el embarazo o produzcan verdadero respeto por la autoridad familiar se aproxima a cero, en tanto son infinitas las posibilidades de que creen rebeldía, falsedad y un número igual o mayor de embarazos fuera del matrimonio, pues la cópula puede ser realizada tanto antes como después de las nueve, y es más inconsciente cuando reina una ideología fundamentalista. 


En el caso de las drogas, no se trata de horarios sino de expendedurías, pero ni los perseguidores más acérrimos consiguieron reducir su oferta en el mercado negro; por el contrario, consiguieron elevar al cubo los riesgos higiénicos para el ciudadano, el lucro para ciertas mafias y la desmoralización de los encargados de velar por la justicia. Ideados para provocar escasez en el abastecimiento de cocaína, ocho años de guerra sin cuartel a esta droga durante los mandatos de Reagan se reflejaron de forma desconcertante en una saturación del mercado, gracias a la cual el usuario pudo adquirir el producto cinco veces más barato que en la época de los permisivos Ford y Carter; lo mismo se puede decir hoy de la cocaína en España, del LSD en Alemania o del XTC en Inglaterra. Si no confiamos en el recurso del látigo para evitar el embarazo precoz de nuestras hijas ¿por qué confiar en él como pedagogía farmacológica? 


El argumento jerárquico no se inmuta, entre otras cosas porque cree en las virtudes pedagógicas de encadenar a hijas rebeldes. Su lógica no depende de los resultados en general. El hecho de que haya más o menos usuarios delirantes de drogas, de que sean manipulados y envenenados involuntariamente, o que promuevan falsedad o violenta rebeldía son cosas en última instancia episódicas. Justamente, la división del cuerpo social en una masa de obedientes, en una masa de hipócritas y un sector de rebeldes garantiza que aquella autoridad desnuda llamada por nuestros ancestros merum imperium, fuerza bruta, pueda continuar reinando. 


5. El argumento del hecho consumado 


Si en algún foro público un defensor de la Prohibición agota sus argumentos, dirá inmediatamente que ningún país puede cambiar de política en este campo sin traicionar compromisos internacionales ratificados. Como la decisión de mantenerse en el camino actual fue tomada por la comunidad de las naciones, solamente ella podrá alterarla. Y como los organismos internacionales encargados de velar por la aplicación de estos acuerdos son unánimes en (Pag. 59) defender la línea más dura, está fuera de cuestión cualquier iniciativa orientada en otra dirección. 


Plantas-Prehispanicas-Smokeshop-Prohibicion Drogas


Las objeciones

La cruzada farmacológica fue la invención de un único país -coincidente de modo puntual con su ascenso al estatuto de superpotencia planetaria-, que la exportó al Tercer Mundo mediante una política de sobornos y amenazas. Las naciones del bloque occidental y soviético adoptaron el modelo cuando no sufrían problemas sociales o individuales derivados de las drogas, y cuando la iniciativa norteamericana -vista a la distancia- parecía algo exclusivamente humanitario. Una vez creado el problema, todos los gobiernos comprendieron los diferentes dividendos políticos y económicos derivados de mantener la cruzada. 


Aunque, de hecho, ningún país haya decidido denunciar sus tratados, eso no impide que por lo menos treinta de ellos hayan estatizado la producción, la refinación o el transporte de diversas drogas ilicitas. El grupo de los países más ricos está profundamente comprometido con el lavado de dinero proveniente del narcotráfico, y está probado que el propio patrocinador de la cruzada, los Estados Unidos, controlaron a través de la CIA parte importante de la cocaína americana y de la heroína proveniente del sudeste asiático, por motivos aparentemente ligados a la mayor fuidez en la venta de sus armamentos, y a la facilidad de pago de la cuenta mundial de contrainsurgencia.


Pero estas irregularidades no contradicen el argumento del hecho consumado tanto como un examen más detenido de la propia ley internacional, cuya letra admite reformas. Todos los convenios y tratados reconocen usos médicos y científicos de cualquier psicofármaco, todos afirman que su objetivo es el gran tráfico y todos otorgan alto valor a lascampañas de información y prevención. Consecuentemente, no dejarían de ser cumplidos si fuesen puestas en práctica tres medidas: 


1) Tornar efectiva y no sólo potencialmente accesibles a terapeutas y científicos, para usos médicos y experimentales, todos los psicofármacos descubiertos, garantizando que los laboratorios competentes los elaboren con las debidas exigencias de pureza. Evitar los posibles abusos de abastecedores y fabricantes lícitos no parece un problema comparable al de evitar algo semejante en el caso de abastecedores y fabricantes ilícitos.


2) Dirigir efectiva y no sólo teóricamente la acción penal sobre el gran tráfico, tomando medidas que se concentren en la corrupción de los cuerpos armados y en las conexiones de los servicios secretos con el asunto. 


3) Garantizar que la información en el campo de las drogas merezca su nombre, ofreciendo datos farmacológicos en vez de farmacomitologías contraproducentes.


En poco tiempo, la coordinación de estos pasos discretos -u otros parecidos- podría ser (Pag. 60) más útil para remediar delirios e intoxicaciones individuales que gigantomaquias como la famosa Estrategia Federal contra las Drogas, cuyo efecto inmediato fue el lanzamiento del crack. La alternativa es ir preparando el camino hacia modos secularizados de tratar el asunto, o continuar exacerbando dinámicas de guerra civil crónica y cura por chivo expiatorio. Arriesgando atraer la ira de una parte de los Estados Unidos, pero sin la necesidad de denunciar el derecho internacional en vigor, todo país puede probar políticas de ilustración en vez de políticas orientadas hacia el oscurantismo. 


Por otro lado, en los Estados Unidos la situación está cambiando. Convertido en el primer productor mundial de marihuana, básicamente de interiores o hidropónica, para abastecer un gigantesco mercado interno, se sabe que este cultivo supera hoy en valor monetario a toda la zafra de cereales norteamericana -según la propia DEA- y alimenta de doscientos a trescientos mil cultivadores. Allá también existen decenas de miles de laboratorios clandestinos y cocinas caseras, que elaboran drogas de diseño de los tipos analgésico, estimulante y psicodélico. Jocelyn Elders, ex ministro de salud de Clinton, propuso ya en 1994 estudiar la despenalización, defendida hace tiempo por la Drug Policy Foundationcuyos portavoces son el economista Milton Friedman, el ex secretario de estado de Reagan, George Schultz, y una larga lista de intendentes, magistrados, promotores, médicos y hasta delegados. California hace tiempo autorizó la medical marihuana, y Arizona permitió la venta libre de pequeñas cantidades en lugares públicos así como también Alaska, mientras otros diversos estados de la Unión estudian actualmente seguir estos pasos. Newton Gingrich, líder de la mayoría republicana en el Congreso, solicitó un referéndum nacional sobre la Prohibición, y el magnate George Soros se incorporó a la postura abolicionista, creando el Open Society Institute y dotándolo generosamente. 


Sólo me resta sugerir -por el bien de nuestra generación y de las sucesivas- una nueva forma de abordar el asunto en cuestión. No es preciso cambiar del día a la noche, pasando de una tolerancia cero a una tolerancia infinita. Caminos graduales, reversibles, diferenciados para tipos diferentes de sustancias y toda especie de medidas prudentes son sin duda aconsejables. Lo esencial es pasar de una política oscurantista a una política de ilustración, guiados por el principio de que saber es poder y de que el destino de los hombres está en el conocimiento. 


Una vez admitido esto, es previsible que cualquier equipo de magistrados, médicos y sociólogos escogidos exclusivamente por su prestigio profesional, profundamente dedicados a la materia y refractarios a presiones extrañas, llegue en poco tiempo a un acuerdo sobre reformas concretas, sean o no del tipo antes sugerido, mas con posibilidades reales de aliviar en vez de agravar el problema. Existen varios precedentes de acuerdo con esta línea, como dictámenes de sucesivas comisiones de la Presidencia norteamericana, o los todavía hoy no superados informes de la National Comision on Marijuana and Drug Abuse (1973-1974). Si hasta hoy sus propuestas han sido sistemáticamente ignoradas, es porque la simplicidad técnica y la corrección jurídica no compensan arriesgar otros compromisos. Pero el mundo está cambiando, incluso de compromisos, y estar a la altura de estos cambios es el permanente desafío de nuestro espíritu.


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LA PROHIBICIÓN: PRINCIPIOS Y CONSECUENCIAS